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HISTORIA DE ALRKREG 

Cada ser de este mundo tiene su historia. Desde una simple y pequeña hormiga hasta el más poderoso rey tienen una historia. Y Arlkreg N’Graar no es una excepción. Pero su historia está cargada de pesar, pues todos los héroes llevan sobre sus hombros el peso del dolor. Esta es la historia del hombre maldito que nació, perdió, y resurgió como algo nuevo.

 

El origen

Arlkreg nació en la aldea de los Sotek, un clan de guerreros situado en el corazón de una jungla oscura llamada Leustra. Al nacer, Arl fue elegido por sus cualidades como un posible candidato a ser un cazador mayor, un “escamadura”, guerreros superiores que dirigían a los demás para expulsar a los intrusos de la jungla. En los años venideros, fue criado y entrenado en el noble arte del combate para llegar a ser justo lo que se esperaba de él. Se convirtió en un cazador escamadura y fue venerado como un campeón de los Sotek, ya que fue el único escamadura de su generación por culpa de los pocos nacimientos que hubo en el clan. Al cumplir los diecisiete años, Arl se enamoró de una de las guerreras más hábiles de su grupo de caza: Khel’uana. Con ella tuvo una relación de respeto y amor que se acabó consumando al cabo de los años, y fue a los 23 años cuando el amor de ambos se materializó en forma de una niña pequeña a la que Khel’uana dio a luz, y cuyo nombre fue Shinekua, que fue vista por los sabios de la aldea como escamadura, al igual que su padre. Fue Arl en persona quien se encargó de entrenar a su hija desde bien pequeña, mientras que su madre le enseñó las tradiciones de los Sotek, a luchar y morir por el clan, a respetar la jungla que era su hogar, y a venerar a la deidad que adoraban y daba nombre al clan, la sierpe Sotek.

Pero no es todo perfección en la vida del escamadura Arlkreg. Si algo había en el clan que marcase la diferencia, era su agresividad, la cual aumentaba bajo ciertas circunstancias, haciendo que el individuo cayera en una especie de trance al que los Sotek llamaban “frenesí de la bestia”, llamado así porque los afectados perdían su humanidad durante un tiempo indefinido. Nadie sabe cómo alcanzó Arl ese estado. Aquella noche llovía. Arlkreg se desmayó, y cuando despertó, tenía ante él los cuerpos sin vida de aquellas dos personas que lo eran todo en su vida. Su mujer y su hija de siete años yacían muertas, asesinadas por él mismo por culpa del frenesí de la bestia. El hombre lloró, se hirió, se maldijo a si mismo por esa gran pérdida. Toda su vida dejó de tener sentido en una noche de desgracia. No podía seguir llamándose Sotek. Después de incinerar los cadáveres de su familia y llorar por ellas una vez más, entendió que debía hacer algo. El aspecto reptiliano de los sotek se debía a una antigua maldición que arrojo un brujo sobre ellos, pero lo peor de esa maldición no era su cambio físico, si no la alta tasa de mortandad infantil entre los recién nacidos. El pueblo de Arl moría con cada generación, y en unos milenios pasaron de ser diez mil individuos a tan solo un centenar de ellos. Y el objetivo de Arl ahora que no tenía nada estaba claro: asesinar al brujo para liberar a los Sotek de la maldición y salvarlos de la extinción. Se exilió de esta manera por voluntad propia, y llevando con él las armas de su esposa, una espada dentada y un escudo con el que proteger el recuerdo de su familia, partió en busca de su destino: liberación, o muerte.

 

La búsqueda

Arlkreg pasó meses buscando sin saber bien dónde hacerlo. Fue vagando por todo el mundo, visitando cada rincón y buscando todo tipo de información de cualquier manera: amenaza, tortura…incluso poniendo sus habilidades en combate al servicio de personas poco éticas. Pero le daba igual, todo carecía de importancia mientras consiguiera pistas sobre el paradero del brujo. En una ocasión, tras colarse en el castillo de un mago rey para conseguir más información, fue engañado. El susodicho rey celebraba una fiesta, entre cuyos invitados se encontraba un hombre que no lo tenía en buena estima. Ese hombre, sabedor de que Arlkreg se encontraba en el lugar y el por qué estaba allí, le mintió diciendo que el mago rey era el brujo causante de la maldición. En ese instante el guerrero sotek se abalanzó sobre aquel joven rey con la intención de acabar con su vida, pero Arlkreg estaba débil por no comer nada desde hacía semanas y pereció antes de alcanzar su objetivo. Cuando despertó, se encontraba encadenado en las mazmorras del castillo, y frente a él, estaba el consejero personal del rey. Ese joven de aspecto débil le explicó lo sucedido, y le dio a entender, con dificultad, que el rey no era el brujo a quien estaba buscando, pero que le ofrecerían su ayuda si a cambio el guerrero les ayudaba también. Así fue como Arlkreg, quien sentía un intenso odio hacia los magos y toda la magia, acabó trabajando para uno y volviéndose con el tiempo amigo del rey y del consejero, llegando incluso a poner en peligro su vida por ellos. Durante el tiempo en el que estuvo junto a esa buena gente se dio cuenta de que no todos los magos eran malvados ni toda la magia peligrosa, aunque seguía sin confiar plenamente en esas artes. Y finalmente, la espera y los servicios e Arlkreg tuvieron su recompensa: dos años después de su partida, finalmente tuvo la localización exacta del brujo. Ya estaba cerca de poder cumplir su objetivo y liberar a su gente. Tras agradecer al rey y al consejero la ayuda prestada y llevándose un buen recuerdo del lugar, Arl se marchó para hacer frente al brujo.

 

Ahora somos libres

Arl estuvo caminando durante días para llegar al lugar en el que se enfrentaría al brujo. Atravesó sendas y valles, cruzó lagos a nado, y finalmente, llegó al pie de una montaña donde en su cima se hallaba el brujo causante de todo su dolor. Sentía una fuerte presión en su pecho que aumentaba con cada paso que subía en la montaña, tenso y algo temeroso de fallar. Pero finalmente, llegó el momento inevitable.

El brujo ya le estaba esperando, cubierto con una túnica negra como sus oscuros ojos, manteniendo una escalofriante sonrisa en su desgastado rostro. Quien sabe la edad que tendría aquel ser, pero cuando los sotek fueron malditos hace ya más de mil años, él ya era anciano. O eso dicen las leyendas.

 

-Vaya, vaya…reconozco que esto ha sucedido más tarde de lo previsto. -dijo el brujo con una voz ronca y áspera- Lamentablemente tu viaje ha sido en balde, hijo. Sólo vas a adelantar lo inevitable.

-Sólo uno morirá esta tarde. La maldición que nos lanzaste ha venido para que pagues. Liberaré a los míos…aun si eso significa la muerte.

 

Y Arlkreg se lanzó a la carga con una fiereza como nunca antes mostró, dando comienzo al combate entre ambos. El guerrero lanzaba sus acometidas una y otra vez, atacando con su espada y cola, y bloqueando los conjuros del brujo con el escudo de su fallecida esposa. Sin embargo, no importaba cuanto se esforzara, no importaba cuán rápido se moviese para alcanzar a su adversario, ya que se desvanecía una y otra vez lejos de su alcance. El combate se estaba volviendo muy largo. Arl olvidó cuándo empezó a pelear, pero siempre recordará esa pelea como la más larga e intensa de su vida, ya que el brujo no le daba tregua para descansar. Poco a poco las energías de Arlkreg empezaban a agotarse, pero no era el único, pues el brujo se veía también visiblemente afectado. Arl apretó la empuñadura del arma con fuerza y fue al ataque una vez más. Si embargo…se detuvo. De pronto había vuelto al pasado, años atrás, a aquella fatídica noche lluviosa. El brujo había usado un hechizo ilusorio que hizo al guerrero revivir ese día como si estuviese ocurriendo en ese mismo momento. Arlkreg observaba los dos cuerpos sin vida a sus pies, cayendo derrotado de rodillas mientras sus lágrimas brotaban sin cesar en un triste llanto. El brujo, totalmente confiado en su victoria al estar el sotek bajo el yugo de una ilusión, se aproximó a la espalda de su adversario empuñando en su mano una oscura estaca que materializó. Su sonrisa tenebrosa se amplió al levantar la estaca para atravesar la cabeza del guerrero.

 

-“¡Arl!...en pie guerrero sotek, tú nunca caes en combate.”

-“¡Padre, cuidado!”

 

Esas voces de alarma le devolvieron la cordura. Esas voces que creyó que nunca escucharía de nuevo hasta que en su muerte se uniera a Sotek en el cielo de los ancestrales. Vio de reojo como la estaca descendía y casi sintió la muerte en su cuerpo…pero reaccionó. Golpeó el brazo del brujo, sintiendo como le dañaba por primera vez. No le dio tiempo al brujo de desaparecer nuevamente, ya que Arlkreg le dio un letal mordisco en el cuello. La sangre salía a borbotones del brujo, lo que indicaba su cercano fallecimiento. El guerrero soltó al malnacido, que se retorcía en el suelo. Entonces gritó y su cuerpo estalló con un mágico destello oscuro, que impactó en el cuerpo de Arl, haciéndole caer. Estaba agotado, y cerró los ojos pensando que su hora había llegado, pero cumpliendo su misión.

Pero no era su momento. Sotek no se llevó su espíritu, sino que concedió un regalo a su campeón.

Sotek en persona se presentó frente a él, en forma de una pequeña serpiente, y a su lado, estaban los espíritus de su esposa e hija. Arlkreg no daba crédito. Las dos se aproximaron a él y se arrodillaron, y mientras su esposa acariciaba su mejilla, la pequeña se le abrazó. Ambas sonreían. Estaban felices. Y Arl también sonrió al verlas una vez más.

-“Arlkreg…mi amado Arlkreg N’Graar. Lo has hecho. No llores más nuestra muerte…pues te perdonamos. La maldición que nos amenazaba se ha disipado. Descansa y vive una vida digna, Arl…pues ahora somos libres”

Y tras esas palabras que marcaron para siempre el futuro del guerrero, desaparecieron su esposa y su hija. Y por lo menos, pudo despedirse y quedar en paz consigo mismo.

Se puso en pie tras descansar, sintiéndose finalmente liberado, sintiéndose un ser totalmente nuevo. Arlkreg N’Graar había renacido.

 

 

 

Nueva vida

 

Tras su renacimiento, Arlkreg sentía que si pudo salvar a su clan de la desaparición, también podría hacer mucho bien por el mundo entero. Y empezó por el reino de Jem y Aelyn, el rey y su consejero que tanto le ayudaron en el pasado. Les devolvió el inmenso favor ayudándoles en todo lo posible, e incluso ayudó al rey a resolver algunos problemas graves que necesitaban ser tratados en su reino. Ese lugar fue simbólico para él. Y entonces, estalló una guerra. Un ejército invasor, dirigido por el hombre que tiempo atrás le engañó para atacar al rey mago, se aproximaba a la ciudad en la que habitaba. Debía protegerla. Combatió junto al rey y su consejero, así como un ejército preparado que él mismo había entrenado. Tras una victoria en la que cayeron demasiados hombres para el gusto de Arlkreg, el hombre decidió que debía marcharse de allí pues el reino estaba seguro. Tenía el presentimiento de que se le necesitaría en un lugar lejano, y por ese motivo, abandonó su hogar y partió con algo de tristeza por alejarse de sus amigos y conocidos en busca de una nueva meta en la vida.

Arlkreg vagó por todo tipo de tierras, cruzando océanos y selvas, haciendo algunas amistades en el camino que difícilmente olvidaría, ayudando a los desamparados y oprimidos, protegiendo a los débiles de aquellos que querían volverlos aún más débiles, convirtiéndose en un justiciero, o al menos así era como le gustaba llamarse a si mismo. Y caminó y caminó, sin quedarse en un sólo sitio por un periodo superior a un mes. Pero entonces…descubrió algo malo. Una noche pasó algo en una posada que le hizo temer lo peor: estaba cambiando de forma nuevamente. Su transformación fue una de las sensaciones más dolorosas que nunca sintió, y el rugido de ira al verse con ese cuerpo maldito de nuevo hizo vibrar toda la posada.

Afortunadamente esa transformación no era permanente. Al principio los cambios eran involuntarios, pero poco a poco fue aprendiendo a dominarla, pudiendo transformarse a voluntad. Lo cual en cierto modo era una ventaja, ya que para el combate no había comparación entre su forma escamosa y la humana, siendo más fuerte, ágil, y con más variedad de movimientos gracias a su fuerte cola.

Y finalmente, tras cuatros años tras la partida de su hogar, el guerrero Arlkreg N’Graar llegó al fin de su viaje, encontrando el lugar en el que sentía un profundo sentimiento de protección, como si fuese su propia tierra: Yggdrasil.

 

Yggdrasil

Esa tierra no tenía nada que Arlkreg no hubiese visto antes: Una gran variedad de razas ya conocidas, magia de todos los tipos imaginables, una fauna y flora peligrosa con múltiples ejemplos de ello…y sus propios problemas internos. Debido a la forma de vida que eligió llevar, no tardó en llegar a sus oídos información sobre la resistencia. Y también pasó lo contrario, ya que acudieron a él para que formase parte de sus filas. Nadie se imaginaba sin embargo que acabaría convirtiéndose en el líder en poco tiempo gracias a su formidable don para el liderazgo así como su habilidad en el combate y su pasión por proteger y defender, en este caso, proteger y defender a Astoria, Yggdrasil, y todos sus buenos habitantes de esta basta y hermosa tierra que Arlkreg consideraba ahora su hogar.

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Guerra contra los demonios

La subida al trono de un demonio, Samael, supuso un gran cambio para Arlkreg. Considerando su deber proteger Yggdrasil, el líder de la Resistencia dio la voz de alarma en cuanto supo que los demonios habían tomado el poder de Astoria para poner a salvo a los ciudadanos mientras él luchaba contra el enemigo para que los civiles ganasen el tiempo suficiente para huir. Además de luchar, Arlkreg puso en peligro su propia vida volando la sede de la Resistencia para que los demonios no tuviesen acceso a las armas y la información que allí había. El tiempo posterior a ese hecho, Arlkreg lo dedicó a unir a las regiones de Yggdrasil que se negaban al dominio de Samael para levantarse y poner fin a la tiranía, viajando a todas y cada una de ellas para hablar en persona con los líderes. Todo estaba ya preparado para marchar sobre Astoria cuando, milagrosamente, una fuerza divina exterminó a los demonios y devolvió la paz a Yggdrasil, haciendo así que se salvaran muchas vidas al no haber batalla. 

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La caída del guerrero

Todo fue de mal en peor en la vida de Arlkreg tras la guerra. Había descubierto que la mujer a la que amaba y a la que daba por muerta, estaba viva, pero cargando con un inmenso odio hacia él por no haber podido salvarla de la tortura a la que fue sometida; el rey de Astoria consideró que los actos que llevó a cabo como líder de la Resistencia por el bien de Yggdrasil fueron mala conducta y algo que no debería llevarse a cabo, por lo que lo llevó a juicio para arrebatarle el poder de la Resistencia; los líderes de Yggdrasil a los que consideraba amigos estuvieron de acuerdo, y ninguno salió en su defensa. Todo aquello se acumuló dentro de él, afectándole de forma muy negativa, sintiendo que todo lo que había luchado no sirvió para nada y no tuvo ningún mérito. No le quedaba nada ni a nadie, excepto a su ahijada, Stella. Pero no fue suficiente para evitar que Arlkreg se sumiera en una profunda desesperación y cayese consumido por la oscuridad que nació en su propio corazón. Por eso mismo, porque pasó de ser un gran guerrero respetado y honrado a ser nada, Sotek, el dios de Arl, tomó posesión de su cuerpo y lo transformó en el ser que es ahora: medio humano y medio dios, parte Arlkreg, parte Sotek...un ser completamente nuevo, dispuesto a vivir por y para él y sin que nadie le dijese cómo debía actuar y sin importarle que le juzgaran por lo que hacía.

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El poder de la sangre

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A medida que Sotek, como se hacía llamar ahora Arlkreg, conseguía dominar su nuevo estado, también empezaba a comprender su papel, a comprender quién era y qué quería hacer en su vida. Su objetivo estaba dividido al final: por una parte, quería tener una vida sencilla y apacible con su nueva pareja, Koemi, y con su hija Stella...pero por otra, quería dejarse llevar por sus deseos de venganza y hacer pagar a los culpables de haberle arrebatado aquello por lo que tanto había luchado. Los meses pasaron, y todos rastro del hombre que fue Arlkreg N'Graar desapareció. Tomó el camino de la venganza y acabó con decenas de vidas con tal de aumentar su poder y hacer pagar al rey. Tal era su locura por alcanzar su objetivo que incluso llegó a dañar de gravedad a Koemi, dejándola medio muerta, lo que le costó su confianza y su amor. Una vez acumuló la suficiente sangre, su verdadera forma y poder despertaron, transformándose en una gigantesca serpiente. Con esa forma, Sotek avanzó por una gran cantidad de regiones, causando destrozos a su paso sin importarle lo más mínimo hasta que llegó a Astoria. Allí destruyó el castillo de los ancestros y exigió la dimisión del rey como gobernante de Yggdrasil, petición que no se le fue concedida. Estaba dispuesto a sumir todo Yggdrasil en una maldición aunque eso costase miles de vidas con tal de ver cumplido su objetivo, sin embargo, las palabras de Koemi y Stella lograron devolverle a la realidad, devolvieron a Arlkreg a su verdadero ser, y le convencieron para detener esa locura. Los cielos y océanos de Yggdrasil volvieron a la normalidad, y Arlkreg regresó como el hombre que una vez fue. Y tras esa catástrofe se le devolvió el mando de la Resistencia, la cual volvería a dirigir con mano de hierro por el bien de Yggdrasil.

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Despedidas dolorosas.

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Koemi había desaparecido de la faz de la tierra. Arlkreg no la encontraba por ninguna parte, y desesperado, pidió ayuda a su mano derecha, Akemi, para que le ayudase a encotrarla. Las cartas señalaban el Bosque Rojo, y allí emprendió Arl una expedición. Encontró a Koemi completamente plagada por el musgo rojo, una enfermedad que, poco tiempo después, sabría que era incurable y mortal. Por esa infección Koemi empezó a cambiar y a actuar de forma extraña, olvidaba quién era, y aquello afectó negativamente a Arlkreg, quien empezaba ejercer mal como líder de la Resistencia. Pese a todo, Arl y Koemi contrajeron matrimonio en la playa cercana a Astoria en la que solían vivir. Sin embargo...todo se complicó. Koemi pasó a ser líder de Claro de la Luna, por lo que Arl ya no podría pasar tiempo con ella, y a parte de eso, estaba la fiebre roja, que poco a poco se llevaba a su querida esposa. El guerrero Sotek estaba desesperado y se acabó sumiendo en una profunda tristeza por su situación. Si se centraba en la Resistencia acabaría perdiendo definitivamente a su esposa, si se centraba en su esposa no podía ejercer de líder., y Arl se encontraba en un camino bifurcado del cual era difícil elegir una dirección. 

Finalmente, Arlkreg dimitió como líder de la Resistencia al ser incapaz de asumir su papel. Los días siguientes a su dimisión, el pelirrojo pasó casi todo su tiempo en compañía de Koemi, hasta que sucedió el desastre y su esposa se convirtió en un árbol que transformó el distrito verde en un bosque de zarzas rojas. Cuando Koemi volvió a la normalidad, estaba claro que su hora se acercaba. Arlkreg y Koemi regresaron a su casa, y allí permanecieron hasta el último día. Cuando Llegó el doloroso momento, Arlkreg tomó a su esposa en brazos y la llevó hacia el mar. Allí la dejó con cariño, dándose el último adiós con un beso. Koemi desapareció en las profundidades, y el corazón de Arlkreg iba con ella.

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El corazón

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Tras perder a Koemi, Arlkreg no sabía qué hacer con su vida. Se sentía solo y perdido sin su esposa, y sentía un vacío que nada podría llenar. Sin embargo, por Koemi, debía mantenerse en pie, mantenerse vivo, y seguir luchando. Quería hacer un último favor a su amada esposa, y por eso fue a Claro de la Luna, donde daría la mala noticia a los consejeros de Koemi para que hicieran los preparativos necesarios para seleccionar un nuevo líder. Tras el larco camino hacia el claro, inmediatamente los consejeros le llevaron a hablar con el actual gobernante de la región. Su sorpresa fue mayúscula cuando vio que se trataba de Koemi. De alguna manera su esposa había regresado. Sin embargo...no parecía tener ninguna clase de recuerdo suyo. como si él fuese un completo desconocido. Pero Arlkreg estaba feliz, pues su esposa había vuelto, y tenía otra oportunidad para estar con ella y protegerla de cualquier mal, que a historia no se volviese a repetir. Estaba con ella, con la persona a la que pertenecía su corazón.

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Del principio al final, volver a empezar

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Alejarse. Eso es lo que debía hacer Arlkreg. Se alejó de su pareja, ya que era incapaz de recordarle y en su vida ahora no era más que un estorbo, por eso se alejó. Sin embargo, había algo que podía hacer. Empezar de nuevo. Había abandonado las armas por su amor, pero ahora, sin ella...las tomaría de nuevo. Se alzaría una vez más en armas contra aquellos que se lo arrebataron todo en una ocasión, contra aquellos que estaban detrás de las desgracias de la gente. Volvería a cabalgar a lomos de Grimolq y empuñar la lanza, la espada y el escudo contra los demonios. Eran una abominación, algo que destruir, algo de lo que purgar el mundo. Ese pasaría a ser su objetivo principal, y acabar con todos aquellos que su fin era el dolor ajeno, el destruir vidas que estaban llenas de posibilidades. Volvería a ser el guerrero solitario, y usaría todo su potencial para llevar a cabo esa labor. Había llegado al final, y ahora le tocaba volver a empezar.

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